Suanzes AUDIO-RELATO
Regreso en metro al que fue mi hogar tras pasar dos años en una celda por tráfico de drogas.
«Ponga las manos donde pueda verlas». Este fue el sutil y último verso que me dedicaron los maderos.
Me revuelvo con inquietud. Al acceder al túnel infinito, resucita mi ansiedad, la sudoración violenta en todos los poros de mi cuerpo, aumenta mi frecuencia cardiaca y el ritmo de mi respiración. ¡Necesito salir de aquí, joder!
Guardo en el bolsillo una petaca con láudano para vencer la angustia. Es el único souvenir que conservo de la prisión. Bebo lo suficiente como para que se deposite en mi cabeza una calma brumosa que amortigüe mis desvelos. Todos mis proyectos de futuro han quedado con una lastimosa calificación de Necesita mejorar. Aspiro a obtener algún Progresa adecuadamente en mis aspiraciones vitales. El Destaca ni me lo planteo… Con inspirar y espirar —que no ‘expirar‘— cada día, me doy con un canto en los dientes.
Me ciegan las luces de la estación de Suanzes. Estoy agazapado en el suelo del vagón. Todo el mundo me dispara compasión con sus miradas.
«¡Que soy libre, joder! Quizá más que todos vosotros… La intuición —que no son más que mensajes que yo mismo me mando desde el futuro— me dice que nada puede ser peor que lo padecido».