Quintana AUDIO-RELATO

Ese aroma golpeó mis entrañas igual que unos nudillos en la puerta de tu casa a medianoche.  

«Próxima estación: Quintana». Tras un silencio plúmbeo, el vagón se detuvo y contuve la respiración.

Aquí nos conocimos una tarde de octubre, con una escenografía simétrica a la de ese instante.

Empuñaste la barra de hierro para no caerte sobre mí. Mis fosas nasales se inundaron de tu perfume de almizcle y bergamota. Era el olor de las tormentas de verano, de la hierba recién cortada, del café de los domingos. Olías como si se acabara de inaugurar mi vida.

Diez años después he vuelto a olerte y una pared de líquida fragancia ha engullido mi cuerpo. El mundo exterior se va quedando en penumbra y siento tu mano etérea acariciando la mía.

Continuamos nuestra conversación infinita hasta que comenzó a oler a carne calcinada.

Dormido, con un cigarro entre los labios, cambiaste de vía para dedicarte a la muerte a tiempo completo. El incendio incineró nuestra esencia y el hogar que habíamos construido en común.

¡Qué no es fantosmia[1], joder! Esta estación conserva tu olor y todas las tardes tengo que pisarla para aspirar el olor de una vida plena.

 


[1] Alucinación olfativa.