«Esta ciudad es increíble, llena de imponentes avenidas, bellos edificios, parques floridos y fascinantes museos. Me faltan adjetivos para describir lo que estar aquí provoca en mi estado de ánimo. Estoy eufórica de haber traído a mi padre a la capital, que tanta ilusión le hacía.
Me ha contado en infinidad de ocasiones como abría los ojos frente a todos los estímulos que le ofrecían estas calles, que solo podía contemplar desde distancia y a través de las imágenes en blanco y negro de la televisión del bar de su aldea. Ahora son fotogramas a color que irradian de luminosidad sus gafas oscuras.
Mis torpes dedos escriben sobre la panta
lla tan rápido como pueden. Papá dicta sentencia y yo me encargo de documentar sus deseos.
“Todo saldrá bien”, susurra. La típica frase que antecede al desastre.
Viajamos en metro al hospital donde exhalará su último suspiro.
“Finjamos que no estoy enfermo, que somos un par de turistas recorriendo la gran ciudad. Recuérdame así, como un viajero intrépido que carga con la esperanza doblada en su maleta. Me dispongo a visitar un lugar desconocido del que no regresaré, pero me satisface saber de buena tinta que mi vida ha sido un viaje increíble”».