Ascao AUDIO-RELATO

Tengo que cantar siempre que me enfurezco para sacarme los demonios que me arañan las tripas. Lo hago desde siempre, a voz en grito.

Una tarde, sentado en el andén de Ascao, me lanzaron unas monedas a los pies. Lucía buen aspecto, bien vestido y aseado. Me sentí confuso, pero agarré las monedas y seguí cantando. Junto a mis zapatos fueron precipitando más monedas como piedras de granizo. Sumido en esta tormenta subterránea, recibí con agrado los truenos en forma de aplausos de mi público improvisado.

A pesar de este éxito fortuito, seguía cabreado con el mundo. Tenía dos opciones: cantar o liarme a hostias.

No era el único que manejaba una balanza entre estas dos alternativas. Enseguida me rodearon otras personas que también desconocían que dedicarían su vida a la música.

Sin llegar a un acuerdo, nos subimos a un vagón para llenarlo con nuestras canciones. Dejé de ser un solista a capela. Dejé de odiar a la humanidad, y en cada estación fueron aconteciendo nuestras actuaciones, con más intensidad y calidad de sonido. La necesidad de ganar un sueldo de mierda todos los meses me apretaba el cuello como una horca. «Próxima estación…».

Aquel día comenzó la gira del grupo bajo tierra.